REFLEXIONES PEDAGÓGICAS

27 may 2014

MENOS CIENCIAS PURAS Y MÁS ARGUMENTACIÓN

Por Julián Cubillos

-A su hijo no le gusta el estudio, mi señora - le dijo, en cierta ocasión, un profesor a una acudiente, pues el estudiante no era bueno en matemáticas. Y -¡Es medio brutico el chino! - creo que, muy en sus adentros, también exclamó victorioso el profesor. -Yo sí sé en qué es bueno este vergajo - respondió la señora con mucha frustración-. La verdad, no sé qué tenía en mente la señora, pero yo sí creo que cabría preguntarse: ¿en qué sí es bueno el estudiante? Porque bien podría respondérsele al profesor: -Vaya usted y haga los goles que hace este pelado, vaya baile como él, pinte como él o escriba como él, entre otras y no menos importantes cosas. Por supuesto que no podría, pues hasta los grandes genios suelen demostrar su torpeza en todo aquello que es ajeno a su ciencia: ¡Es medio brutico el profesor!



Es lamentable que las matemáticas, la química y las demás ciencias puras constituyan el pilar sobre el que se funda la enseñanza del bachillerato. Es lamentable que esta enseñanza se funde sobre una visión tan sesgada del conocimiento. Porque esto hace que las artes y otros tipos de conocimiento no-científico sean consideradas como un relleno en los pensum del bachillerato. Son saberes de los cuales nuestros bachilleres: o no tienen ni la más remota idea, o no tienen en muy buena estima. 


Esto es un problema, uno que se soluciona ampliando la concepción que la educación secundaria tiene del conocimiento. Porque indagar sobre la naturaleza, cualidades y relaciones de las cosas es aquello a lo que denominamos ‘conocimiento’. Y si esto es así entonces se trata de un proceso que incluye aprender, saber, formarse una idea de algo y, en consecuencia, entender por todos los medios posibles. Por esta razón, el conocimiento no se limita al campo del lenguaje, al pensamiento verbal o al razonamiento científico, sino que igualmente está al servicio de la imaginación, la sensación, la percepción, la emoción y la moral. De aquí que la ciencia no sea, entonces, el único camino que conduce al progreso del conocimiento. Porque si bien no nos permiten construir naves espaciales, la reflexión filosófica, política y social, la práctica, la percepción, y las diferentes artes y moralidades constituyen igualmente medios legítimos para obtener conocimiento y formarse, así, una idea del mundo que nos rodea. La ciencia constituye, entonces, un porcentaje mínimo del conocimiento. 

Sí, la ampliación de nuestra concepción del conocimiento es pues ya una solución al problema. Sin embargo, yo creo que no solo se trata de que la educación secundaria esté obviando una buena parte del conocimiento. El problema es mucho mayor: ¡Este enfoque está acrecentando la ignorancia! 

Un eterno problema con el que tenemos que lidiar los profesores universitarios lo constituye el lamentable hecho de que los ‘primíparos’ no saben leer ni escribir. Porque saber leer no es simplemente comprender el significado de los caracteres de un escrito, sino también estar en la capacidad de entender aquello que, en última instancia, defienden los autores; porque saber escribir, además de que se puedan representar palabras o ideas, implica que estas se puedan trasmitir de la manera más clara posible. Este problema es mucho mayor si aceptamos —tal y como creo que deberíamos aceptar— que saber leer y escribir no se restringe al ámbito verbal sino que también incluye el ámbito no verbal. Se trata, así, de estar en la capacidad de entender todo lo que hay por entender y de hacerse entender por todos los medios posibles: saber hablar y expresarse bien para persuadir a otros, por ejemplo, saber leer y apreciar obras de arte, entre otras cosas. Saber leer y escribir es, entonces, saber argumentar. 

Es un hecho, nuestros bachilleres no saben leer ni escribir, no saben argumentar. Esto es un problema mayor, y un problema no solo para los profesores universitarios, sino para toda la sociedad en general. Pienso que se trata de un problema social porque si un bachiller no sabe leer ni escribir, si no sabe argumentar, entonces estará condenado a ‘tragar entero’; no sabrá discernir las propuestas políticas de sus gobernantes, no conocerá sus derechos y mucho menos sabrá cómo hacerlos valer. Sí, sin ir muy lejos, es claro que la falta de una fundamentación argumentativa tiene implicaciones políticas, sociales y económicas, porque quien no sabe argumentar es, sencillamente, objeto de dominación. 

Alguien podría afirmar que una buena enseñanza del ‘Español’ llenaría el hueco que estoy señalando aquí. Porque la enseñanza misma de esta asignatura?’ Español y Literatura’, como se llama? está centrada también en el enfoque de las ciencias puras ?y, así, en lugar de ofrecer las herramientas básicas para dominar el idioma, se enseña una suerte de saber enciclopédico centrado en un tortuoso y desenfocado análisis literario?. Pero yo creo el problema requiere de una solución más radical. Pienso que esta solución amerita que se incluya, como asignatura esencial del bachillerato, la argumentación: una argumentación tanto formal como informal. 

Si nuestros bachilleres aprenden a determinar qué es un argumento, cuándo es válido y cuándo no, realmente habremos logrado mucho. Porque esto les permitirá ampliar su visión del mundo, porque sabrán ahora que la esencia de un argumento está en la persuasión ?que además de verbal es no verbal? y porque, en consecuencia, estarán más preparados para enfrentar a un mundo que es, en esencia, persuasivo. Así, por ejemplo, ya será más fácil que nuestros jóvenes puedan apreciar el arte mediante el estudio de la argumentación artística ?que no acojan la errada concepción de que el arte es un oficio trivial, propio de drogadictos o desocupados?. Ya será más difícil que se dejen ‘meter gato por liebre’, con su dominio de las falacias argumentativas ?ya serán menos objeto de dominación?. 

Es esto lo que creo: la educación secundaria necesita menos matemáticas avanzadas, tales como álgebra, trigonometría y cálculo, menos química inorgánica y física nuclear. No digo que las ciencias puras sean innecesarias, es simplemente que el bachillerato no es el momento apropiado para aprender muchas de las unidades que las constituyen, mucho menos cuando su enseñanza está quitándole el espacio a lo realmente importante para nuestros jóvenes: la argumentación. 

Así pues, siendo que es mínimo el porcentaje de los bachilleres que puede acceder a la educación superior, pienso que la responsabilidad de aminorar esta brecha intelectual entre el colegio y la universidad está en manos del Ministerio de Educación. Es a esta institución a quien debemos preguntar, entonces: ¿de qué sirven el cálculo, la trigonometría y la química cuando no se sabe leer ni escribir, cuando no se sabe argumentar? ¿De qué sirve la mediocre enseñanza de un segundo idioma cuando no se domina la lengua materna? Es hora de complementar las ciencias puras con una adecuada formación en argumentación. Es hora de ofrecer una educación realmente integral a nuestros bachilleres.