REFLEXIONES PEDAGÓGICAS

14 ago 2014

2034


El Consejo Nacional de Educación Superior (Cesu) presentó el documento elaborado por el Gobierno, sectores académicos y productivos, titulado “Acuerdo por lo superior 2034. Propuestas de políticas de educación superior”.
Por: José Fernando Isaza
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La propuesta retoma la idea de la “Misión de ciencia, educación y desarrollo”. En ambos el prólogo corre a cargo de un eminente intelectual. El de 1995 lo hizo García Márquez y lo llamó “Por un país al alcance de los niños”; el actual Edgar Morin lo titula “La finalidad del proceso educativo o la religación ética del sistema”.
Es un profundo ensayo, basado en su trabajo con la Unesco “Los siete saberes para la educación del futuro”.
Es elogioso del método participativo adoptado para generar los lineamientos de política educativa, coincide con el informe en que la meta de la educación debe ser la equidad y la justicia, y a la vez es contundente en contra de la mercantilización de la educación.
Se aparta de la conclusión financiera del texto “2034” y, por el contrario, afirma que la convergencia de los 10 grandes temas del sistema educativo superior no puede ser la sostenibilidad financiera.
En el texto de Morin la pertinencia no se entiende como un acuerdo entre los objetivos de la educación y el sistema económico: “La finalidad de la educación es el humanismo cualitativo y religado que permita diálogos contradictorios y complementarios”. La finalidad del sistema no puede ser estructural o financiera, debe considerar al hombre como sujeto libre y amable y no como cosa productiva o medio alienante.
En su defensa, la educación humanística afirma que “la primera e ineludible tarea de la educación es enseñar conocimiento capaz de criticar el propio conocimiento”, educar para la incertidumbre, para la diversidad o para que la democracia no se identifique con la dictadura de la mayoría.
Su tesis es la educación humanística y la educación para la vida, con preferencia por la simple educación para el trabajo. Coincide con Martha Nussbaum, quien con su libro Sin fines de lucro. ¿Por qué la democracia necesita de las humanidades? está promoviendo cambios curriculares en universidades como MIT y Harvard, en sus áreas de ingeniería administrativas y negocios.
Propone una educación holística, con preferencia por el simple utilitarismo. En esto muestra coincidencia con Nuccio Ordine, quien en su libro La utilidad de lo inútil reivindica la primacía del conocimiento teórico y conceptual sobre el aplicado, y con Bamberger, mecenas del Instituto de Altos Estudios de Princeton, cuyo objetivo es “la utilidad del conocimiento inútil”. Este objetivo lo expresó Aristóteles: “la educación conveniente no es por ser útil y necesaria, sino por ser libre y noble”.
El documento “2034”, en su acápite “Creemos”, declara “que la educación superior es un derecho de todos los colombianos”. Durante la discusión de la reforma de la Ley 30 de 1992, una divergencia entre la Asociación Colombiana de Universidades (Ascun) y el Gobierno se centraba en este punto. Ascun planteaba que le educación superior es un derecho fundamental y la ley debía reconocer y reglamentar este principio; por su parte, el Gobierno consideraba que la educación superior es un servicio y la ley debería estar orientada a la regulación de dicho servicio.

El análisis del documento del Cesu debe facilitar caminos para que la educación logre los objetivos de equidad y justicia.

16 jul 2014

Por un país al alcance de los niños

Por un país al alcance de los niños
Gabriel García Márquez

Los primeros españoles que vinieron al Nuevo Mundo vivían aturdidos por el canto de los pájaros, se marcaban con la pureza de los olores y agotaron en pocos años una especie exquisita de perros mudos que los indígenas criaban para comer. Muchos de ellos, y otros que llegarían después, eran criminales rasos en libertad condicional, que no tenían más razones para quedarse. Menos razones tendrían muy pronto los nativos para querer que se quedaran.
Cristóbal Colón, respaldado por una carta de los reyes de España para el emperador de China, había descubierto aquel paraíso por un error geográfico que cambió el rumbo de la historia. La víspera de su llegada, antes de oír el vuelo de las primeras aves en la oscuridad del océano, había percibido en el viento una fragancia de flores de la tierra que le pareció la cosa más dulce del mundo. En su diario de a bordo escribió que los nativos los recibieron en la playa como sus madres los parieron, que eran hermosos y de buena índole, y tan cándidos de natura, que cambiaban cuanto tenían por collares de colores y sonajas de latón. Pero su corazón perdió los estribos cuando descubrió que sus narigueras eran de oro, al igual que las pulseras, los collares, los aretes y las tobilleras; que tenían campanas de oro para jugar, y que algunos ocultaban sus vergüenzas con una cápsula de oro.
Fue aquel esplendor ornamental, y no sus valores humanos, lo que condenó a los nativos a ser protagonistas del nuevo Génesis que empezaba aquel día. Muchos de ellos murieron sin saber de dónde habían venido los invasores. Muchos de éstos murieron sin saber dónde estaban. Cinco siglos después, los descendientes de ambos no acabamos de saber quiénes somos:
Era un mundo más descubierto de lo que se creyó entonces. Los incas, con diez millones de habitantes, tenían un estado legendario bien constituido, con ciudades monumentales en las cumbres andinas para tocar al dios solar.
Tenían sistemas magistrales de cuenta y razón, y archivos y memorias de uso popular, que sorprendieron a los matemáticos de Europa, y un culto laborioso de las artes públicas, cuya obra magna fue el jardín del palacio imperial, con árboles y animales de oro y plata en tamaño natural. Los aztecas y los mayas habían plasmado su conciencia histórica en pirámides sagradas entre volcanes acezantes y tenían emperadores clarividentes, astrónomos insignes y artesanos sabios que desconocían el uso industrial de la rueda, pero la utilizaban en los juguetes de los niños.
En la esquina de los dos grandes océanos se extendían cuarenta mil leguas cuadradas que Colón entrevió apenas en su cuarto viaje, y que hoy lleva su nombre: Colombia. Lo habitaban desde hacía unos doce mil años varias comunidades dispersas de lenguas diferentes y culturas distintas, y con sus identidades propias bien definidas. No tenían una noción de Estado ni unidad política entre ellas, pero habían descubierto el prodigio político de vivir como iguales en las diferencias. Tenían sistemas antiguos de ciencia y educación, y una rica cosmología vinculada a sus obras de orfebres geniales y alfareros inspirados.
Su madurez creativa se había propuesto incorporar el arte a la vida cotidiana —que tal vez sea el destino superior de las artes—, y lo consiguieron con aciertos memorables, tanto en los utensilios domésticos como en el modo de ser. El oro y las piedras preciosas no tenían para ellos un valor de cambio, sino un poder cosmológico y artístico, pero los españoles los vieron con los ojos de Occidente: oro y piedras preciosas de sobra para dejar sin oficio a los alquimistas y empedrar los caminos del cielo con doblones de a cuatro. Esa fue la razón y la fuerza de la Conquista y la Colonia, y el origen real de lo que somos.
Tuvo que transcurrir un siglo para que los españoles conformaran el estado colonial, con un solo nombre, una sola lengua y un solo dios. Sus límites y su división política de doce provincias eran semejantes a los de hoy. Esto dio por primera vez la noción de un país centralista y burocratizado, y creó la Ilusión de una unidad nacional en el sopor de la Colonia. Ilusión pura, en una sociedad que era un modelo oscurantista de discriminación racial y violencia larvada, bajo el manto del Santo Oficio.
Los tres o cuatro millones de indios que encontraron los españoles estaban reducidos a no más de un millón por la crueldad de los conquistadores y las enfermedades desconocidas que trajeron consigo. Pero el mestizaje era ya una fuerza demográfica incontenible. Los miles de esclavos africanos, traídos por la fuerza para los trabajos bárbaros de minas y haciendas, habían aportado una tercera dignidad al caldo criollo, con nuevos rituales de imaginación y nostalgia, y otros dioses remotos. Pero las leyes de Indias habían impuesto patrones milimétricos de segregación según el grado de sangre blanca dentro de cada raza: mestizos de distinciones varias, negros esclavos, negros libertos, mulatos de distintas escalas. Llegaron a distinguirse hasta dieciocho grados de mestizos, y los mismos blancos españoles segregaron a sus propios hijos como blancos criollos.
Los mestizos estaban descalificados para ciertos cargos de mando y gobierno y otros oficios públicos, o para ingresar en colegios y seminarios. Los negros carecían de todo, incluso de un alma, no tenían derecho a entrar en el cielo ni en el infierno, y su sangre se consideraba impura hasta que fuera decantada por cuatro generaciones de blancos. Semejantes leyes no pudieron aplicarse con demasiado rigor por la dificultad de distinguir las intrincadas fronteras de las razas, y por la misma dinámica social del mestizaje, pero de todos modos aumentaron las tensiones y la violencia raciales. Hasta hace pocos años no se aceptaban todavía en los colegios de Colombia a los hijos de uniones libres. Los negros, iguales en la ley, padecen todavía de muchas discriminaciones, además de las propias de la pobreza.
La generación de la independencia perdió la primera oportunidad de liquidar esa herencia abominable. Aquella pléyade de jóvenes románticos inspirados en las luces de la Revolución Francesa instauró una república moderna de buenas intenciones, pero no logró eliminar los residuos de la Colonia. Ellos mismos no estuvieron a salvo de sus hados maléficos. Simón Bolívar, a los 35 años, había dado la orden de ejecutar ochocientos prisioneros españoles, incluso a los enfermos de un hospital.
Francisco de Paula Santander, a los 28, hizo fusilar a 38 prisioneros de la batalla de Boyacá, incluso a su comandante. Algunos de los buenos propósitos de la república propiciaron de soslayo nuevas tensiones sociales de pobres y ricos, obreros y artesanos, y otros grupos de marginales. La ferocidad de las guerras civiles del siglo XIX no fue ajena a esas desigualdades, como no lo fueron las numerosas conmociones políticas que han dejado un rastro de sangre a lo largo de nuestra historia.
Dos dones naturales nos han ayudado a sortear ese sino funesto, a suplir los vacíos de nuestra condición cultural y social, y a buscar a tientas nuestra identidad. Uno es el don de la creatividad, expresión superior de la inteligencia humana. El otro es una arrasadora determinación de ascenso personal. Ambos, ayudados por una astucia casi sobrenatural, y tan útil para el bien como para el mal, fueron un recurso providencial de los indígenas contra los españoles desde el día mismo del desembarco.
Para quitárselo de encima, mandaron a Colón de isla en isla, siempre a la isla siguiente, en busca de un rey vestido de oro que no había existido nunca. A los conquistadores alucinados por las novelas de caballería los engatusaron con descripciones de ciudades fantásticas construidas en oro puro, allí mismo, al otro lado de la loma. A todos los descaminaron con la fábula de El Dorado mítico que una vez al año se sumergía en su laguna sagrada con el cuerpo empolvado de oro. Tres obras maestras de una epopeya nacional, utilizadas por los indígenas como un instrumento para sobrevivir. Tal vez de esos talentos precolombinos nos viene también una plasticidad extraordinaria para asimilarnos con rapidez a cualquier medio y aprender sin dolor los oficios más disímiles: fakires en la India, camelleros en el Sahara o maestros de inglés en Nueva York.
Del lado hispánico, en cambio, tal vez nos venga el ser emigrantes congénitos con un espíritu de aventura que no elude los riesgos. Todo lo contrario: los buscamos. De unos cinco millones de colombianos que viven en el exterior, la inmensa mayoría se fue a buscar fortuna sin más recursos que la temeridad, y hoy están en todas partes, por las buenas o por las malas razones, haciendo lo mejor o lo peor, pero nunca inadvertidos. La cualidad con que se les distingue en el folclor del mundo entero es que ningún colombiano se deja morir de hambre. Sin embargo, la virtud que más se les nota es que nunca fueron tan colombianos como al sentirse lejos de Colombia.
Así es. Han asimilado las costumbres y las lenguas de otros como las propias, pero nunca han podido sacudirse del corazón las cenizas de la nostalgia, y no pierden ocasión de expresarle con toda clase de actos patrióticos para exaltar lo que añoran de la tierra distante, incluso sus defectos. En el país menos pensado puede encontrarse a la vuelta de una esquina la reproducción en vivo de un rincón cualquiera de Colombia: la plaza de árboles polvorientos todavía con las guirnaldas de papel del último viernes fragoroso, la fonda con el nombre del pueblo inolvidado y los aromas desgarradores de la cocina de mamá, la escuela 20 de Julio junto a la cantina 7 de Agosto con la música para llorar por la novia que nunca fue.
La paradoja es que estos conquistadores nostálgicos, como sus antepasados, nacieron en un país de puertas cerradas. Los libertadores trataron de abrirlas a los nuevos vientos de Inglaterra y Francia, a las doctrinas jurídicas y éticas de Bentham, a la educación de Lancaster, al aprendizaje de las lenguas, a la popularización de las ciencias y las artes, para borrar los vicios de una España más papista que el papa y todavía escaldada por el acoso financiero de los judíos y por ochocientos años de ocupación islámica. Los radicales del siglo XIX, y más tarde la Generación del Centenario, volvieron a proponérselo con políticas de inmigraciones masivas para enriquecer la cultura del mestizaje, pero unas y otras se frustraron por un temor casi teológico de los demonios exteriores. Aun hoy estamos lejos de imaginar cuánto dependemos del vasto mundo que ignoramos.
Somos conscientes de nuestros males, pero nos hemos desgastado luchando contra los síntomas mientras las causas se eternizan. Nos han escrito y oficializado una versión complaciente de la historia, hecha más para esconder que para clarificar, en la cual se perpetúan vicios originales, se ganan batallas que nunca se dieron y se sacralizan glorias que nunca merecimos. Pues nos complacemos en el ensueño de que la historia no se parezca a la Colombia en que vivimos, sino que Colombia termine por parecerse a su historia escrita.
Por lo mismo, nuestra educación conformista y represiva parece concebida para que los niños se adapten por la fuerza a un país que no fue pensado para ellos, en lugar de poner el país al alcance de ellos para que lo transformen y engrandezcan. Semejante despropósito restringe la creatividad y la intuición congénitas, y contrataría la imaginación, la clarividencia precoz y la sabiduría del corazón, hasta que los niños olviden lo que sin duda saben de nacimiento: que la realidad no termina donde dicen los textos, que su concepción del mundo es más acorde con la naturaleza que la de los adultos y que la vida sería más larga y feliz si cada quien pudiera trabajar en lo que le gusta, y sólo en eso.
Esta encrucijada de destinos ha forjado una patria densa e indescifrable donde lo inverosímil es la única medida de la realidad. Nuestra insignia es la desmesura. En todo: en lo bueno y en lo malo, en el amor y en el odio, en el júbilo de un triunfo y en la amargura de una derrota. Destruirnos a los ídolos con la misma pasión con que los creamos. Somos intuitivos, autodidactas espontáneos y rápidos, así como trabajadores encarnizados, pero nos enloquece la sola idea del dinero fácil. Tenemos en el mismo corazón la misma cantidad de rencor político y de olvido histórico. Un éxito resonante o una derrota deportiva pueden costarnos tantos muertos como un desastre aéreo. Por la misma causa somos una sociedad sentimental en la que prima el gesto sobre la reflexión, el ímpetu sobre la razón, el calor humano sobre la desconfianza.
Tenemos un amor casi irracional por la vida, pero nos matamos unos a otros por las ansias de vivir. Al autor de los crímenes más terribles lo pierde una debilidad sentimental. De otro modo: al colombiano sin corazón lo pierde el corazón. Pues somos dos países a la vez: uno en el papel y otro en la realidad. Aunque somos precursores de las ciencias en América, seguimos viendo a los científicos en su estado medieval de brujos herméticos, cuando ya quedan muy pocas cosas en la vida diaria que no sean un milagro de la ciencia.
En cada uno de nosotros cohabitan, de la manera más arbitraria, la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo. Amamos a los perros, tapizamos de rosas el mundo, morimos de amor por la patria, pero ignoramos la desaparición de seis especiales animales cada hora del día y de la noche por la devastación criminal de los bosques tropicales, y nosotros mismos hemos destruido sin remedio uno de los grandes ríos del planeta. Nos indigna la mala imagen del país en el exterior, pero no nos atrevemos que muchas veces la realidad es peor. Somos capaces de los actos más nobles y de los más abyectos, de poemas sublimes y asesinatos dementes, de funerales jubilosos y parrandas mortales. No porque unos sacamos buenos y otros malos, sino porque todos participamos de ambos extremos llegado el caso —y Dios nos libre— de que todos somos capaces de todo.
Tal vez una reflexión más profunda nos permitiría establecer hasta qué punto este modo de ser nos viene de que seguimos siendo en esencia la misma sociedad excluyente, formalista y ensimismada de la Colonia. Tal vez una más serena nos permitiría descubrir que nuestra violencia histórica es la dinámica sobrante de nuestra guerra eterna contra la adversidad. Tal vez estemos pervertidos por un sistema que nos incita a vivir como ricos mientras el cuarenta por ciento de la población malvive en la miseria, y nos ha fomentado una noción instantánea y resbaladiza de la felicidad: queremos siempre un poco más de lo que ya tenemos, más y más de lo que parecía imposible, mucho más de lo que cabe dentro de la ley, y lo conseguimos como sea: aun contra la ley.
Conscientes de que ningún gobierno será capaz de complacer esta ansiedad, hemos terminado por ser incrédulos, abstencionistas e ingobernables, y de un individualismo solitario por el que cada uno de nosotros piensa que sólo depende de sí mismo. Razones de sobra para seguir preguntándonos quiénes somos y cuál es la cara con que queremos ser reconocidos en el tercer milenio.
La Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo no ha pretendido una respuesta, pero ha querido diseñar una carta de navegación que tal vez ayude a encontrarla. Creemos que las condiciones están dadas como nunca para el cambio social, y que la educación será su órgano maestro. Una educación, desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma. Que aprovecha al máximo nuestra creatividad inagotable y conciba una ética —y tal vez una estética— para nuestro afán desaforado y legítimo de superación personal.
Que integre las ciencias y las artes a la canasta familiar, de acuerdo con los designios de un gran poeta de nuestro tiempo que pidió no seguir amándolas por separado como a dos hermanas enemigas. Que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la violencia, y nos abra al fin la segunda oportunidad sobre la tierra que no tuvo la estirpe desgraciada del coronel Aureliano Buendía. Por el país próspero y justo que soñamos: al alcance de los niños.




Reflexiones de Ernesto Sábato

REFLEXIONES EN TORNO A LA EDUCACIÓN.

En su ensayo, "Apologías y Rechazos", Sábato reflexiona acerca de la educación; rescatamos aquí algunos de sus pensamientos:


“No soy pedagogo, no soy especialista en educación; pero a esta altura de mi vida me considero especialista en esperanzas y desesperanzas, pues algo he aprendido a través de los golpes que he sufrido, de los errores cometidos, de las ilusiones perdidas; ignoro infinitas cosas, vastos territorios de la tierra y de la geografía me son desconocidos; pero conozco y siento mi tierra, me angustia el destino de mis hijos y de mis nietos, la suerte de mis compatriotas y, sobre todo, la suerte de los chiquitos, que de nada son culpables y a los que no tenemos derecho de legarles un lúgubre universo”.


“No enciclopedismo muerto, ni catálogo, ni ciencia hecha, sino conocimientos que se van haciendo cada vez en cada espíritu, como inventor y partícipe de esa historia milenaria. No Información sino formación…”


"Y no pretender enseñarlo todo, enseñar pocos episodios y problemas, desencadenantes, estructurales. Y pocos libros, pero leídos con pasión, única manera de vivir algo que, si no, es un cementerio de palabras”.


“…la verdadera educación tendrá que hacerse no sólo para lograr la eficacia técnica sino también para formar hombres integrales (…) Estoy hablando de esa educación que debería recibir el ser humano en sus etapas iniciales, cuando su espíritu es más frágil, ese instante que para siempre decide lo que va a ser: si mezquino o generoso, si cobarde o valiente, si irresponsable o responsable, si lobo del hombre o capaz de acciones comunitarias.”


“El ser humano aprende en la medida en que participa en el descubrimiento y la invención. Debe tener la libertad para opinar, para equivocarse, para rectificarse, para ensayar métodos y caminos, para explorar. De otra manera, a lo más, haremos eruditos y en el peor de los casos ratas de biblioteca y loros repetidores de libros santificados”.


“Se comete, por tanto, un grave error cuando se pretende reformar la educación cómo si se tratase de un problema meramente técnico, y no el resultado de la concepción del hombre que le sirve de fundamento, de esos presupuestos que la sociedad mantiene acerca de su realidad y su destino y que, de una manera u otra, definen una manera de vivir y de morir, una actitud ante la felicidad y el infortunio.”


“En fin, habrá que reintegrar la ciencia y la sabiduría, lo que implica una humanización de la técnica, una valoración ética de sus adquisiciones y una condena de la profanación de la naturaleza…”

“La escuela y hasta la universidad deben atender a las necesidades físicas y espirituales de cada una de las regiones, pues el hombre que se pretende rescatar en esta deshumanización que en nuestro tiempo ha provocado la ciencia generalizadora, es el hombre concreto, el de carne y hueso, que no vive en un universo matemático sino en un rincón del mundo con sus atributos, su cielo, sus vientos, sus canciones, sus costumbres; el rincón en que ha nacido, amado y sufrido, en que se han amasado sus ilusiones y destinos”.
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8 jun 2014

IMPORTANCIA DEL ARTE EN LA EDUCACIÓN

Diez razones por las que la educación en arte es fundamental


En el diario The Washington Post se publicó un artículo por Lisa Phillips, directora del Canada's Academy of Stage and Studio Arts dónde resalta las 10 habilidades que un niño desarrolla a través del arte. Estas van desde lo personal hasta lo laboral:

1. El arte le enseña a los niños a tener un buen juicio sobre las relaciones cualitativas. 

2. El arte le enseña a los niños que hay más de una solución para los problemas y que las preguntas pueden tener más de una respuesta. Precisamente, les enseña a ser perseverantes y buscar otras alternativas

3. A través del arte se muestran múltiples perspectivas para que los niños vean e interpreten el mundo desde varias aproximaciones

4. El arte hace vívido el hecho que los límites del lenguaje no son los límites del conocimiento. Es decir, las palabras y los números no son el límite para la educación. 

5. Por medio del arte se le enseña al estudiante que las pequeñas diferencias tienen grandes efectos tanto en la vida y en el aprendizaje


6. A través del arte el estudiante aprende que las imagines pueden convertirse en realidad al plasmarlas con el emprendimiento

7. Con el arte los niños pueden aprender a expresarse. Éstos pueden aprender a decir lo que no pueden comunicar con palabras. Cuando a un niño se le pide describir que siente frente a una obra de arte debe buscar las palabras correctas y hacer uso de sus capacidades poéticas para describir dicha sensación


8. Por medio del arte se activan las experiencias y a través de éstas comienza un proceso para que el estudiante descubra el rango de sentimientos y sensaciones que puede tener

9. Al incluir arte en el repertorio de materias de un colegio se le muestra al niño que para el adulto también es importante


10. El arte le brinda al niño la idea que la solución de problemas es diversa y depende de cada quién ya que cambian con la circunstancia y oportunidad. Ésto contribuirá a que en un futuro los niños sean profesionales con la capacidad de estar preparados para el cambio y afrontar lo inesperado. 


2 jun 2014

LOS SIETE APRENDIZAJES BÁSICOS PARA LA CONVIVENCIA SOCIAL

Los 7 aprendizajes básicos para la convivencia social son:

Aprender a no agredir al congénere. Fundamento de todo modelo de convivencia social: en el ser humano la agresividad puede convertirse en amor o en hostilidad hacia el otro. Es necesario aprender a dejar el combate sin perder la competitividad, a ser fuerte sin perder la ternura y la compasión por el otro, quien por ser diferente, puede ser mi complemento o quizá  mi opositor, pero nunca mi enemigo.
Aprender a comunicarse. Base de la autoafirmación personal y grupal: toda comunicación busca transmitir un sentido que espera ser reconocido por otros. Yo me afirmo cuando el otro me reconoce, y el otro se afirma con mi reconocimiento. Una sociedad que aprende a comunicarse de muchas maneras, siempre encuentra formas para solucionar sus conflictos pacíficamente.
Aprender a interactuar. Base de los modelos de relación social: aprender a percibirme y a percibir a los otros como personas que evolucionamos y cambiamos en las relaciones intersubjetivas, pero guiados por unas reglas básicas universales: los Derechos Humanos.
Aprender a decidir en grupo. Base de la política y de la economía: el grado de convivencia de una sociedad depende de su capacidad de concertar intereses comunes, a todos los niveles. Aprendiendo a negociar en grupo se puede alcanzar el máximo nivel de concertación, expresión del Interés General o el Bien Común.
Aprender a cuidarse. Base de los modelos de salud y seguridad social: la convivencia supone aprender a cuidar el “bien común” físico y psicológico de sí mismo y de los otros; esta es una forma de expresar el amor por la vida. Aprender a cuidarse significa también la creación de condiciones de vida adecuada para todos y todas.
Aprender a cuidar el entorno. Base de la supervivencia: aprender a vivir socialmente es ante todo, aprender a estar en el mundo; es aceptar que somos parte de la naturaleza y del universo y que no es posible herir al planeta tierra sin herirnos a nosotros mismos. Una  ética de la convivencia social supone el cuidado del lugar donde todos estamos: la biosfera.
Aprender a valorar el saber social. Base de la evolución social y cultural: el conocimiento y contacto con los legados culturales y académicos de una sociedad genera hombres y mujeres más racionales, más vinculadas a la historia y a la vida cotidiana de la sociedad y más capaces de comprender los beneficios y posibilidades de la convivencia social.

(*) Toro A., José Bernardo. 7 aprendizajes básicos para la Educación en la Convivencia Social. Educando para hacer posible la Vida y la Felicidad. Fundación Social. Bogotá 1992.



LA INTERACCIÓN Y LA PREGUNTA EN EL PROCESO EDUCATIVO

Hojitas pedagógicas 1
¿De dónde partimos en la construcción de un proceso pedagógico?
Alfredo Ramos


Introducción
Este artículo pretende realizar una reflexión sobre el punto de partida de un ejercicio pedagógico, los prejuicios de la enseñanza tradicional y de la tecnología educativa al encarar una experiencia de aula y sobre todo unas recomendaciones, que espero sean debatidas por a comunidad educativa.

El vínculo educativo
El vínculo educativo es el encuentro de dos discursos, el del estudiante y el del maestro. Carlo Federici nos dice: “Se debe presuponer que el estudiante tiene, en algún grado, un saber o un conocimiento del tema que el maestro quiere tratar, y por lo tanto la interacción maestro estudiante se debe entender como el encuentro de dos saberes o discursos, si se quiere de dos verdades, es decir un diálogo, una interlocución o, mejor, como se verá, una continua interpretación entre los portadores de la realidad educativa”.
Sin embargo en el encuentro de los dos discursos el que le toca iniciar el diálogo es al maestro y debe partir de la verdad del estudiante, “debe empezar a hablar de lo que el estudiante ya sabe, para sirviéndose de todo lo que este aporta, empujarlo más allá”, nos dice Federici.
El mismo autor nos dice: “Es así como el maestro entra en consonancia con el discurso, con el alma del estudiante, a través de las palabras de que este se sirve pero haciendo que las mismas vayan modificándose en su significado”.
Pero, ¿qué contiene el discurso del estudiante?  Los estudiantes tienen unos preconceptos, unas opiniones, un conjunto de explicaciones incoherentes, inconexas y generalmente sin lógica. Gastón Bachelard nos dice: “…la opinión, de derecho, jamás tiene razón. La opinión piensa mal: no piensa, traduce necesidades en conocimientos. Al designar a los objetos por su necesidad por su utilidad, ella se prohibe el conocerlos. Nada puede fundarse sobre la opinión, ante todo es necesario destruirla”. Pero, a pesar de lo anterior es necesario partir de esas opiniones o de esos preconceptos, y si no nunca el estudiante podrá comprender sus errores, sus vacíos, nunca dará un significado a sus conocimientos inconexos, etc. Bachelard nos lo advierte: “El pensamiento empírico es claro, inmediato, cuando ha sido bien montado el aparejo de las razones. Al volver sobre un pasado de errores, se encuentra la verdad en un verdadero estado de arrepentimiento intelectual. En efecto, se conoce en contra de un conocimiento anterior, destruyendo conocimientos mal adquiridos o superando aquello que en el espíritu mismo, obstaculiza la espiritualización”.
El maestro que ha realizado una interpretación del saber científico, que se denomina saber disciplinar, pretende que sus palabras modifiquen el significado o las opiniones de sus estudiantes y por lo tanto: “...el lenguaje del maestro debe ser una continua interpelación al estudiante si se quiere que en este se realice aquel proceso mediante el cual un cierto arreglo de los signos, y de las significaciones ya disponibles se modifique, se metamorfosee, hasta llegar a una significación nueva y establecer así en el espíritu del estudiante, como un instrumento en adelante, disponible: el discurso del maestro”.
Sin embargo, la tradición nos dice otra cosa, Bachelard nos dice al respecto en esta larga cita: “En la educación, la noción de obstáculo pedagógico es igualmente desconocida. Frecuentemente me ha chocado el hecho de que los profesores de ciencias, aún más que los otros si cabe, no comprendan que no se comprenda. Son pocos numerosos los que han sondeado la psicología del error, de la ignorancia, de la irreflexión”. Y más adelante nos dice: “Los profesores de ciencias se imaginan que el espíritu comienza como una lección, que siempre puede rehacerse una cultura perezosa repitiendo una clase, que puede hacerse comprender una demostración repitiendo punto por punto. No han reflexionado sobre el hecho de que el adolescente llega al curso de física con conocimientos empíricos ya constituidos; no se trata, pues, de adquirir una cultura experimental, sino de cambiar una cultura experimental, de derribar los obstáculos amontonados por la vida cotidiana”.
La pregunta sería: ¿Cómo lograr la movilización del estudiante?, ¿cómo transforma el universo de las opiniones o del pensamiento empírico en un nivel de significación superior, más lógico, más racional, más científico, si se quiere?. La respuesta comienza diciendo que esto es posible si el estudiante descubre que sus opiniones, sus conocimientos inconexos o su apreciación de la realidad no resuelven efectivamente la explicación a un fenómeno social o natural, es decir no resuelve preguntas claves establecidas por el maestro. Las preguntas se convierten así en una fuerza que motiva en la búsqueda de una movilización del pensamiento, en donde se  descubre que nos falta elementos para obtener una respuesta y eso obliga al estudiante a utilizar los textos o busca la compañía del maestro para empezar a construir su respuesta.
En este sentido las clases no escapan a la manera en que se construye el conocimiento científico, el ejercicio es similar; Bachelard nos dice: “Y dígase lo que se quiera, en la vida científica los problemas no se plantean por si mismos. Es precisamente este sentido del problema el que sindica el verdadero espíritu científico. Para un espíritu científico todo conocimiento es una respuesta a una pregunta. Si no hubo pregunta, no puede haber conocimiento científico. Nada es espontáneo. Nada está dado. Todo se construye”.
En este sentido los maestros deben actuar como actuaría un científico, tratando que sus estudiantes resuelvan preguntas o problemáticas, y miren si su arsenal de saber les alcanza para hacerlo, y como naturalmente no pueden, incitarlos a buscar una respuesta que les permita darle un nuevo significado a la realidad. Al mismo tiempo, los maestros deben actuar de acuerdo a lo que ha sido la historia del desarrollo de su disciplina. Federici nos dice al respecto: “ En efecto las transformaciones que se realizan en el sistema de significaciones del estudiante, inducidas por las interpelaciones del maestro, deben, de cierta manera, repetir las transformaciones que en algún momento se dieron en la historia de una idea, de un concepto, de una disciplina, de una teoría, y que surgieron precisamente, por las interpelaciones entre científicos, entre sus discursos, o también, por auto interpelaciones en un científico y que jalonan, justamente, la historia de una idea, de un concepto, de una disciplina, de una teoría”.
El maestro debe hablar en su discurso, no de los resultados de una ciencia, se trata más bien que  se revivan los procesos de descubrimiento o de invención. Federico nos dice esta bella frase: “Si se logra lo anterior, en los diferentes grados del proceso educativo se logrará simultáneamente, que la ciencia haga cuerpo en la cultura (que es la manera de vivir y no de vegetar de una comunidad) y que no sea un injerto que despierte una actitud mágica o de rechazo; negativa en ambos casos en relación al proceso de constitución y conservación de la comunidad”.
Lo que se trata entonces, es que el estudiante se apropie de los procesos, de los conceptos, de los argumentos y razones que permitieron la construcción de un conocimiento y no simplemente de los resultados de la disciplina, y que por lo tanto hay que memorizar para responderle a la exigencia del maestro.
 1.Bachelard, Gaston . La formación del espíritu científico. Capítulo I.


ENTREVISTA A RODOLFO LLINÁS

"Colombia es una cenicienta que quiere ir al baile de los países desarrollados"

Rodolfo Llinás, uno de los científicos más importantes del país, critica un sistema educativo que no respeta a los niños y no les enseña lo que necesitan. 
SEMANA: Usted lleva 52 años fuera de Colombia, pero nunca ha faltado a una cumbre como la que se realizó esta semana para hablar de educación. ¿Por qué?

RODOLFO LLINÁS: Es muy sencillo, es mi patria. La recuerdo con enorme cariño. La patria es como la primera novia que uno tiene: totalmente inolvidable. 

SEMANA: ¿Y entonces por qué se fue?  

R. LL: Porque no había posibilidades en Colombia.

SEMANA: ¿Posibilidades para hacer qué?

R. LL: Para la ciencia, que era lo que yo quería hacer. 

SEMANA: ¿Y cree que hoy, 52 años después, sí hay esas posibilidades? 

R. LL: No. Hay muy pocas. Mucha de la gente que va a especializarse y regresa tiene que devolverse porque en Colombia no hay posibilidades. Otros acaban teniendo un trabajo en el que no practican lo que estudiaron y muchos terminan de políticos o haciendo otras cosas. ¿Imagínese uno de físico qué puede hacer aquí?

SEMANA: ¿Cómo lee a un país que no valora la ciencia ni a sus científicos?

R. LL: Es un país que está retrasado intelectualmente. Un país no valora la ciencia porque nadie les ha enseñado  a sus ciudadanos su valor. Y si los dirigentes no lo entienden es porque no les interesa. A muchos lo único que les importa es tener dinero, tener viejas, tener poder. 

SEMANA: Usted viene en un momento muy importante para este debate. Muchos dicen que la educación en Colombia está en crisis. ¿Qué piensa?

R. LL: Yo creo que no hay ninguna crisis. Una crisis ocurre cuando algo malo pasa. Pero cuando es crónico ya no es crisis. Es simplemente el estado triste de Colombia. Cuando hicimos la reunión de los sabios yo dije: “Colombia es una Cenicienta que quisiera ir al baile de los países desarrollados”. 

SEMANA: ¿Qué quería decir con eso?

R. LL: Cualquier otro grupo humano daría lo que fuera por tener la tierra colombiana. ¿Se imagina? Con dos océanos, con agua dulce, con todo prácticamente… La vida en Colombia es demasiado fácil. No hay invierno, la gente no se muere de desnutrición. Hay una frase en inglés que describe eso “Suchislife in thetropics” (“Así es la vida en el Trópico”). Por eso yo siempre he dicho que Colombia tiene mejor tierra que gente.

SEMANA: Esa es una frase muy cruda. 

R. LL: No lo es. Colombia tiene una posición fantástica en el globo terráqueo. Pero la gente que vive ahí, precisamente porque vive en un lugar fantástico, no tiene que competir para vivir. Salen y se comen su plato de comida sin problema. Entonces la gente cree que la vida es para gozar. 

SEMANA: ¿Y si no es para gozarla, para qué es?

R. LL: No es para gozarla, es para pensar, que es una manera más sofisticada de gozar. Es decir, a mí me parece sumamente interesante que la gente quiera, como me decía un amigo, es “rumbear todo el tiempo”. ¡Qué cosa tan aburrida! No podemos pasárnosla de cha, cha, cha hasta la muerte. 

SEMANA: ¿Y usted por qué cree que queremos solo vivir para rumbear?

R. LL: Porque no hay educación. 

SEMANA: Se cumplen 20 años de esa Misión de Sabios que reunió a los más importantes intelectuales, incluido Gabriel García Márquez, del país a hablar de educación. ¿Qué balance tiene de ese esfuerzo? 

R. LL: Hicimos gran cantidad de libros, yo escribí uno que se llama El Reto. Llegamos a toda clase de conclusiones que nunca nadie leyó. Se habló de que se invirtiera en ciencia y tecnología por lo menos el 1 por ciento del PIB y que lo deseable era que fuera más. Hoy esa inversión no alcanza a ser ni el 1 por ciento que deseábamos en esa época. 

SEMANA: ¿Qué más siente que falta por hacer? 

R. LL: Primero hay que reconocer la importancia de la educación. Colombia no será nada hasta que no eduque su gente. El problema siempre ha sido que no se optimiza a los individuos, no se les da la posibilidad de llegar a lo mejor que pueden ser. Eso solo se logra con educación pues al fin y al cabo esta se trata simplemente de optimizar las capacidades cerebrales. ¿Cómo hacemos para optimizar? Hay que trabajar más porque la gente entienda, que la gente sepa algo. El saber es simplemente poder poner en contexto lo que uno sabe. 

SEMANA: Usted ha dicho que la educación es tan necesaria como el agua…

R. LL: Sí. La educación más que importante es esencial. Si no se le da al cerebro la capacidad de optimizar seremos individuos de segunda clase que no alcanzamos todo lo que podíamos ser. La ventaja de la educación es que si se hace bien mejora la calidad del individuo, por eso digo que es como el agua o una buena comida. 

SEMANA: ¿Cree que los niños y niñas colombianos tienen hoy un buen menú en ese sentido?

R. LL: El problema con los niños es que no los quieren, no los respetan y no les ponen atención. Los niños sí saben lo que quieren, pero esto es muy distinto a lo que les dan en la escuela. Entonces hay rebeldía intelectual, no aprenden, se jartan. Se requiere una postura diferente del sistema de educación que entienda que los niños son seres pensantes y sumamente inteligentes. Hay que saber qué es lo que les gusta, porque lo que les gusta es lo que saben hacer mejor. 

SEMANA: Si tuviera que hacer un diagnóstico de los problemas de la educación en Colombia, ¿cuáles serían sus conclusiones? 

R. LL: Para mí el problema es de la metodología y de la estructura de los profesores. Los profesores quieren tener una posición no de guía, sino de maestros en donde solamente ellos mandan. Son ellos quienes les dicen a los niños qué tienen que aprender y si pasan o no pasan. Así es imposible. No son instructores, sino personas que quieren tener poder, poder de rajar y de expulsar de la escuela. 

SEMANA: ¿Y la metodología?

R. LL: Es muy sencillo. Tiene que ver con los cursos y las cosas que se enseñan: geografía sin historia, matemáticas sin geografía. Se enseñan cosas por separado. ¿De dónde sale la geometría si no hay un contexto histórico? Lo único que importa es saberse las propiedades de los triángulos para obtener una nota. 

SEMANA: ¿Cómo debería ser entonces? 

R. LL: ¿Para qué sirven los triángulos? Por ejemplo, los mayas, los aztecas, los egipcios hicieron pirámides. Si las miramos encontramos que están preciosamente organizadas con respecto al universo. ¿Cómo hicieron para construir eso? Se requieren tres cosas: las líneas rectas, una piola y un peso. Nada más. Entonces para esas culturas la geometría era una herramienta para hacer agricultura. Cuando uno entiende así, todo es muy diferente. La escuela enseña la ubicación de los ríos, pero jamás explica la importancia del agua. Somos un baúl repleto de contenidos, pero vacío de contexto. De ahí nuestra dificultad para aplicar el conocimiento en la realidad. 


¿QUÉ HACER CON LA EDUCACIÓN?

Qué hacer con la educación: algunas ideas para comenzar
Boris Salazar
Recordar algunos conceptos fundadores de la modernidad, como la idea de educación de calidad para todos, es la propuesta estimulante y optimista que permite contextualizar el debate: la función misma de la educación en la sociedad, hoy enredada en una confusión nacida del propio Estado. Los jóvenes sí saben para dónde van.



Problema de todos
Qué hacer con la educación en Colombia no es un problema exclusivo ni de los estudiantes universitarios, ni de sus rectores, profesores o padres. Mucho menos de los expertos en educación o de los políticos a quienes tocó en suerte el trámite de un proyecto de ley en el Congreso. Tampoco es tema exclusivo de los asesores presidenciales, de los tecnócratas de Planeación o de los ministerios de Educación y de Hacienda. Es un problema de todos.
Este principio fundamental es uno de los aportes del sorprendente movimiento estudiantil que devolvió a los colombianos su olvidado ser colectivo y nos colocó a todos, después de tantos años de soportar un monólogo altisonante y estéril, ante la posibilidad de discutir en público, sin amenazas y sin armas, el papel de la educación en el futuro de Colombia.
Pero el que sea un problema de todos tiene unas consecuencias que aun no han sido tenidas en cuenta en el debate público. Por motivos coyunturales el debate público sobre cuál sería la mejor política educativa para Colombia llegó por la vía de la educación superior, dejando en el aire la idea de que mejorándola encontraríamos el camino hacia un mundo mejor. Pero no es así.
Con cartas marcadas
De muy poco servirán las reformas a la educación superior si toda la educación básica no es transformada al mismo tiempo. La desigualdad nacida en el preescolar, y consolidada en primaria y secundaria, no puede ser corregida en la universidad.
Por el contrario, la educación superior no hace más que confirmar y ampliar, hasta la perversión, lo que ya estaba marcado desde la infancia más temprana: los privilegiados serán más privilegiados y los menos favorecidos lo serán aun más. Es un juego con cartas marcadas, que todo el mundo juega como si fuera legítimo.
La discusión pública ha insistido en que la educación es un derecho fundamental. También lo establece la Constitución. Es una insistencia válida y necesaria. Pero no es suficiente. Mientras las condiciones que harían posible ese derecho no sean desplegadas en la discusión pública que empieza, y no se conviertan en política de Estado, y hagan parte de un proyecto nacional de largo plazo, el carácter de derecho fundamental de la educación terminará en letra muerta.
Igualdad
La idea básica es crear las condiciones que garanticen la igualdad en el acceso a la educación como un camino hacia una sociedad donde los privilegios heredados no determinen ni las oportunidades, ni el lugar, ni las realizaciones, ni el acceso de sus ciudadanos a una vida mejor.
La educación no puede borrar las diferencias reales en ingresos, capital social, acceso a la cultura y poder político, pero sí puede contribuir a desactivar las condiciones que reproducen la desigualdad, dándole a todos medios para cambiar la situación en la que se encuentran.
Por eso, la idea de la educación como un sistema integral basado en la interdependencia creciente entre sus partes, de acuerdo a unos objetivos acordados por todos, deviene inevitable cuando las preguntas por la igualdad, la educación y el futuro de las naciones regresan a la conversación pública. Condorcet lo planteó en forma insuperable hace más de dos siglos:
“Demostraremos cuán favorable sería para nuestras esperanzas un sistema de educación más universal, mediante la entrega a un número mayor de personas el conocimiento elemental que podría despertar su interés en un campo particular de estudio, y mediante la provisión de condiciones favorables a su progreso dentro de él; y cómo esas esperanzas se elevarán aun más, si más personas poseyeran los medios para dedicarse a esos estudios, pues en el presente aun en los países más instruidos, escasamente una de cada cincuenta personas con talentos naturales recibe la educación necesaria para desarrollarlos; y cómo, si esto fuera realizado, habría un crecimiento en el número de hombres destinados, por sus descubrimientos, a extender las fronteras de la ciencia.”
(…) “Estas distintas causas de la igualdad no actúan en forma aislada: se unen, se combinan y se apoyan unas a otras y, por eso, sus efectos acumulativos son más fuertes, más seguros y más constantes. Con una mayor igualdad en la educación habrá mayor igualdad en la industria y por tanto en la riqueza; la igualdad en la riqueza conduce necesariamente a la igualdad en la educación: la igualdad entre las naciones y la igualdad dentro de una nación individual son mutuamente dependientes.” (Condorcet, 1955) [1].
En el sistema imaginado por Condorcet, la educación desencadena la cooperación recursiva entre un conjunto de procesos que involucran todas las actividades sociales y económicas colectivas que conforman la riqueza de las naciones.
En su diseño la igualdad en la educación no es sólo un principio filosófico, o una exigencia ética, es también un concepto económico en su sentido más audazmente cuantitativo: entre más ciudadanos educados haya, mayor el número de oportunidades, mayor la creatividad individual y colectiva, mayor el número de invenciones, mayor la riqueza, mayor la igualdad en la educación, y mayor la riqueza de las naciones [2].
¿Por qué habrían de renunciar las sociedades a la capacidad creativa de millones de jóvenes, cuando su integración — mediante un sistema de educación universal— las haría más ricas, igualitarias y productivas? La propuesta igualitaria de Condorcet está fundamentada en una idea de lo colectivo que no se agota ni en la lógica del mercado ni en la de la centralización estatal.
Una idea que ha encontrado un desarrollo notable en la propuesta contemporánea del filósofo brasilero Roberto MangabeiraUnger:
“La responsabilidad fundamental de la educación en una democracia, ya se trate de países ricos o pobres, debe ser equipar al individuo para que actúe y piense ahora, en la situación existente, brindándole al mismo tiempo los medios para superar dicha situación. Cuestionar y corregir el contexto, incluso de manera gradual y reducida, no sólo es condición para que nuestros ideales e intereses se hagan realidad más plenamente; también es una expresión indispensable de nuestra humanidad como seres cuyos poderes de experiencia e iniciativa nunca se agotan en los mundos sociales y culturales en los que nos tocó nacer. La escuela debe ser la voz del futuro. Debe rescatar al niño de su familia, su clase, su cultura y su período histórico” (Mangabeira 2010, 76) [3].
Lo anterior implica cambios significativos en los arreglos económicos y sociales correspondientes. Al rescatar a niños y jóvenes de su pasado, cultura y familia, la igualdad interroga al sistema social y económico en lo más profundo. Los niños que acceden al mundo a través de la ciencia, del arte, de las matemáticas y del lenguaje ya no pueden aceptar arreglos sociales basados en el privilegio, la herencia, la corrupción y la desigualdad.
Los que inventan y crean sus propios mundos no aceptarán mundos basados en la dominación y el dinero. La emergencia de otros arreglos sociales y económicos se hará inevitable y la compatibilidad creciente entre ellos y la igualdad educativa contribuirá a la creación de una sociedad más diversa, justa y creativa.
Integralidad
Sólo un sistema integral de educación, con objetivos unificados de calidad y pertinencia, dentro de una política estatal de largo plazo, podría iniciar el camino hacia la igualdad en la educación.
En un sistema integral cualquier estudiante, formado en cualquiera de sus instituciones — públicas o privadas — debería estar en capacidad de acceder al nivel de escolaridad máximo que considere apropiado, y nunca detener su formación educativa, más allá de su procedencia social, económica, regional o étnica. Sólo las inevitables diferencias en talento, disciplina o habilidad podrían diferenciar su desempeño, pero nunca su acceso a los niveles más altos del sistema.
La integralidad supone un sistema educativo único donde los distintos niveles de escolaridad –desde el preescolar hasta el posgraduado y continuo— son interdependientes, responden a metas globales de desarrollo, aspiran a alcanzar niveles de calidad mundial, promueven la investigación y la creatividad desde el nivel más temprano, y garantizan una educación del más alto nivel para todos los que estén dispuestos a conseguirla.
Los distintos niveles educativos dejarán de ser entes separados, unidos sólo por lazos formales, para convertirse en componentes de un sistema que busca una educación de excelencia, basada en el acceso temprano al conocimiento científico, la investigación y el pensamiento crítico, con un alcance que cubra a todos los colombianos en edad de hacerlo, y llegue a todo el territorio nacional.
La interdependencia entre las partes del sistema integral no será formal. No se trata de inventar una serie de nuevas siglas y una burocracia más grande, sino de formular las bases para una interrelación sistémica entre sus componentes.
Si la meta es alcanzar, en veinte o treinta años, una educación de alta calidad, la interdependencia supone que los profesores e investigadores del más alto nivel enseñen, por períodos, en los niveles básicos del sistema, contribuyendo a la formación en ciencia e investigación desde la edad más temprana.
Supone también un currículo más flexible, que privilegie la capacidad analítica, la curiosidad científica, la creatividad, el auto examen y el pensamiento crítico sobre los afanes memorísticos y enciclopédicos predominantes en toda la educación colombiana, incluida la superior.
La interacción entre distintos saberes y disciplinas reemplazará la educación dirigida hacia los marcos estrechos de las profesiones. En el futuro todo usuario del sistema tendrá trayectorias laborales y educativas que se moverán a través de distintos campos y disciplinas, en procesos ininterrumpidos de aprendizaje y transformación.
Las experiencias de aprendizaje basado en investigación, y coordinadas por investigadores y pedagogos del más alto nivel, deberán reproducirse a todo largo y ancho del sistema, usando tecnologías virtuales y físicas. El objetivo es que todos los estudiantes del sistema, en todos sus niveles, tengan acceso al aprendizaje por problemas, basado en la enseñanza de la ciencia, y orientado hacia la creatividad y el pensamiento crítico y autónomo.
Para garantizar la integralidad del proceso los profesores de los niveles básicos tendrán acceso a una formación continua en los niveles superiores del sistema, creando una interacción permanente entre las actividades pedagógicas y las investigativas. Y los estudiantes más talentosos y creativos avanzarán más rápido hacia los niveles apropiados a su potencialidad.
En ese contexto, todos los docentes del sistema deberán tener al menos título de maestría, y seguir planes de educación continua durante toda su vida profesional. Lo que exigirá una inversión continua de gran magnitud en formación de personal docente para todo el sistema. Un objetivo razonable sería formar, por ejemplo, unos cien mil nuevos doctores y magíster en los próximos veinte años y transformar las facultades de educación y el estatus de la docencia como profesión.


EL ALUMNO Y EL MAESTRO EN LA ERA DIGITAL

¿Tipo de maestro...tipo de estudiante?
El artículo reflexiona sobre la educación hoy, en un mundo tecnológico y computarizado: ¿Qué hacer? ¿Cómo educar a los niños ante los avances de la tecnología?
Por: Luz Stella Uricoechea

Con el transcurrir de los años, hemos encontrado una serie de reflexiones (y esta no es una excepción) alrededor de la tarea del maestro, que casualmente se desligan de lo que se puede llamar también el “qué hacer” del estudiante. Maestros y estudiantes estamos inmersos en los cambios del mundo, acentuados los últimos años: crecimiento de la pobreza, recrudecimiento de la violencia urbana y rural, impacto de la modernización de las comunicaciones, predominio del mercado en la industria cultural, con todas las implicaciones propias de la ética individual. Ante esta avalancha de situaciones, ambos, maestros y estudiantes, debemos asumir una postura activa, crítica y participante. La educación hoy no acepta espectadores.
La necesidad de dominios científicos, culturales y espirituales que permitan comprender y transformar el mundo que vivimos extiende sus tentáculos y toca a unos y otros; sumados a la parálisis ideológica, la crisis de la imaginación y la participación han generado un sistema que destruye los medios propios de la creatividad, provocando una sobredosis de información, acompañada de una ausencia del sentido de lo humano.
Por lo anterior, hablar de la adquisición de conocimientos y de actitudes flexibles, abiertas para el “saber hacer”, nos hace pensar que el énfasis se pone no tanto sobre los contenidos como en el estilo y las formas del cómo se conoce. Es, de alguna manera, ver el proceso de aprender y de enseñar con otros ojos, lo que significa replantear la relación de las personas con la información y el conocimiento; superar viejos modelos de formación y pedagogía limitados a disciplinas rígidas y aisladas e inoperantes para formar sujetos capaces de vivir en una evolución constante de su saber– hacer. Desarrollar actitudes flexibles implica desarrollar también la capacidad de aceptar que existen otras formas de ver el mundo, de aproximarse a la realidad para comprenderla y, por tanto, de explorar el conocimiento de diferentes maneras y de forma permanente. Capacidad que se alcanza, en el plano del aprendizaje y en el espacio del maestro, cuando se conocen suficientemente los límites de las disciplinas; a su vez, la flexibilidad de las disciplinas se alcanza cuando sus objetos de estudio se conocen y se estudian, haciendo aproximaciones al conocimiento científico desde todos los niveles educativos (aproximación al conocimiento por parte del maestro) y adecuando, a través de metodologías y estrategias de aprendizaje, los caminos que llevan a ese conocimiento (aproximación al conocimiento por parte del estudiante). La educación hoy comprende que en el siglo XXI la híper especialización no cabe.
Por todos es bien sabido que la sociedad contemporánea se enfrenta a una época de cambios constantes y rápidos, producto de la revolución provocada por la “invasión de las nuevas tecnologías”; definir esa revolución es difícil (lo decía Toffler) pues estamos viviendo dentro de ellas. En este ámbito, como maestros ¿estamos preparados para vivir en un contexto determinado por los multimedios, o en el mundo de la inteligencia artificial? ¿Estamos preparando a nuestros estudiantes para ser lectores plurales de ese mundo?
En el ambiente más cercano de las tarjetas de crédito y débito, los videojuegos, los programas computacionales, la robótica, entre otros, realizamos un movimiento pendular entre lo local y lo global; a un lado tenemos el transbordador espacial y en el otro, la búsqueda de la identidad individual. Ese movimiento de un extremo a otro se vuelve cotidiano, de tal forma que si queremos sobrevivir en esos micro mundos debemos enfrentarlos y comprenderlos porque dichos sistemas de computación expertos y redes de información satelital nos enfrentan a otra forma de vida y, por tanto, a otra forma de aprendizaje que por tradición aceptábamos o que por formación repetíamos.
Si reconocemos que las tecnologías de la información juegan un papel importante en el desarrollo de nuevas formas de pensar, de aproximación y construcción del conocimiento, tendremos claro qué tipo de educación deseamos impulsar: una que trascienda los límites de la escolaridad, que dure toda la vida y que se centre en el desarrollo del individuo en todo su potencial. Del aprendizaje dirigido por el maestro se pasa al aprendizaje auto dirigido; de la transmisión al diálogo; del algoritmo de la repetición a la heurística de la autogestión.
“La competencia con que nos enfrentamos es tecnológica. Las invenciones de hoy son los productos del mañana. Quien no se encuentre en el grupo de cabeza de la investigación científica y tecnológica tendrá, a la larga, grandes dificultades para aguantar el ritmo de la innovación” (Eglau, Lucha de gigantes). Un maestro que comprenda los avances tecnológicos y cambie su postura frente al aporte que éstos hacen al proceso de aprendizaje, potencia la capacidad en sus estudiantes, de ver el mundo más allá de las relaciones estáticas y lineales de causa y efecto, para contemplarlo como un proceso en marcha, dinámico que se auto sustenta y del que constituimos la pieza central.
Si la labor del maestro se traduce en entender con responsabilidad el acto de permitir ser, de permitir hacer uso de, de permitir cultura en... Estamos frente a maestros capaces de enseñar y asumir la posibilidad que tienen sus estudiantes de tomar conciencia de su ser y su quehacer como seres humanos. Este maestro guarda un secreto: es consciente de que en el espacio educativo no existen los maestros, porque se hacen discípulos de sus estudiantes; ha ganado conciencia también del sí mismo.
En su proyecto de vida el maestro permite que otros trasciendan, busca la filosofía de la aceptación, del re-encuentro consigo mismo, reconoce que somos materia y cuerpo en condiciones de ser perfectibles. Reconoce sus límites y busca el diálogo; se inclina ante su discípulo cuando reconoce que su saber ha trascendido el propio; respeta la diferencia y la hace en cada uno de sus estudiantes, sin agotar la identidad.
En su proyecto personal trabaja diariamente consigo mismo; busca crecer con otros a través de la comunicación profunda y progresiva y se abre al trabajo grupal; asume creativa, comprometida y desapegadamente la diversidad. En ese proyecto se hace consciente de que en cada momento, actitud que asume, hecho que concreta, está siendo un ejemplo, un modelo de formas posibles de relación, expresión y producción para quien observa, participa o se encuentra involucrado en su accionar, modela el comportamiento de sus estudiantes y por tanto el suyo.
¿Dónde nace ese proyecto personal? En su lugar de acción, en donde percibe y recibe situaciones que lo desequilibran permitiendo la re-construcción del mundo que lo altera. Así es como aprende a desear y en ese estado de recuperación de su sensibilidad, unida a su capacidad de pensar, se desarrolla como ser humano. 
Su proyecto de vida se inicia y está lleno de intencionalidad porque lo entiende, lo piensa y le encuentra sentido a lo que hace y ese sentido lo comparte con otros. Presupone en el futuro, se apropia del presente para descubrir sus posibilidades y las transfiere en el tiempo. Como proyecto es un encuentro constante entre la realidad (que es reinterpretada) y la imaginación (que matiza las formas de concebir el mundo); es un encuentro con lo incierto y es allí donde potencia su capacidad de conocer para disminuir la incertidumbre. El proyecto de vida del maestro adquiere sentido en la realización de sus estudiantes, en su capacidad de poder saber-hacer.
A través de la palabra argumentada del maestro se inicia el camino hacia el conocimiento, la reflexión, la deliberación y la participación en el campo del saber del otro. El estudiante no está frente a un maestro corriente, aquel que domina - de forma inmodesta- el conocimiento aniquilando la visión del mundo de quien lo escucha o lee. Está frente a un maestro que se expone al deseo de aprender de sus estudiantes, al cuestionamiento ávido de argumentos que apacigüen ese deseo; que cede y accede al dominio del saber que emerge por la vía de la dialéctica y de la retórica. Esta iniciación al diálogo da lugar al conocimiento. Comprometer al otro en la búsqueda permanente del conocimiento es responsabilidad del maestro y allí es donde estriba el verdadero poder de su palabra.
Este maestro transformado desarrolla y posibilita momentos de creación y de invención; ofrece caminos para que sean recorridos utilizando la intuición; plantea retos que se convierten con el tiempo en fuente de cuestionamientos que fertilizan el núcleo problema-solución. Tiende a la formación de individuos capaces de conducir sus decisiones hacia la autorrealización, sin olvidar que forman parte de una sociedad ávida de aportes que solucionen problemas asertivamente.
La búsqueda del conocimiento constituye una herramienta multiplicadora de nuevos conocimientos permeables a la transformación, apropiados de valores y desprovistos de verdades absolutas.

* Directora Colegio Nuevo Gimnasio – Bogotá.
Mayo 15 2014