REFLEXIONES PEDAGÓGICAS

2 jun 2014

¿QUÉ HACER CON LA EDUCACIÓN?

Qué hacer con la educación: algunas ideas para comenzar
Boris Salazar
Recordar algunos conceptos fundadores de la modernidad, como la idea de educación de calidad para todos, es la propuesta estimulante y optimista que permite contextualizar el debate: la función misma de la educación en la sociedad, hoy enredada en una confusión nacida del propio Estado. Los jóvenes sí saben para dónde van.



Problema de todos
Qué hacer con la educación en Colombia no es un problema exclusivo ni de los estudiantes universitarios, ni de sus rectores, profesores o padres. Mucho menos de los expertos en educación o de los políticos a quienes tocó en suerte el trámite de un proyecto de ley en el Congreso. Tampoco es tema exclusivo de los asesores presidenciales, de los tecnócratas de Planeación o de los ministerios de Educación y de Hacienda. Es un problema de todos.
Este principio fundamental es uno de los aportes del sorprendente movimiento estudiantil que devolvió a los colombianos su olvidado ser colectivo y nos colocó a todos, después de tantos años de soportar un monólogo altisonante y estéril, ante la posibilidad de discutir en público, sin amenazas y sin armas, el papel de la educación en el futuro de Colombia.
Pero el que sea un problema de todos tiene unas consecuencias que aun no han sido tenidas en cuenta en el debate público. Por motivos coyunturales el debate público sobre cuál sería la mejor política educativa para Colombia llegó por la vía de la educación superior, dejando en el aire la idea de que mejorándola encontraríamos el camino hacia un mundo mejor. Pero no es así.
Con cartas marcadas
De muy poco servirán las reformas a la educación superior si toda la educación básica no es transformada al mismo tiempo. La desigualdad nacida en el preescolar, y consolidada en primaria y secundaria, no puede ser corregida en la universidad.
Por el contrario, la educación superior no hace más que confirmar y ampliar, hasta la perversión, lo que ya estaba marcado desde la infancia más temprana: los privilegiados serán más privilegiados y los menos favorecidos lo serán aun más. Es un juego con cartas marcadas, que todo el mundo juega como si fuera legítimo.
La discusión pública ha insistido en que la educación es un derecho fundamental. También lo establece la Constitución. Es una insistencia válida y necesaria. Pero no es suficiente. Mientras las condiciones que harían posible ese derecho no sean desplegadas en la discusión pública que empieza, y no se conviertan en política de Estado, y hagan parte de un proyecto nacional de largo plazo, el carácter de derecho fundamental de la educación terminará en letra muerta.
Igualdad
La idea básica es crear las condiciones que garanticen la igualdad en el acceso a la educación como un camino hacia una sociedad donde los privilegios heredados no determinen ni las oportunidades, ni el lugar, ni las realizaciones, ni el acceso de sus ciudadanos a una vida mejor.
La educación no puede borrar las diferencias reales en ingresos, capital social, acceso a la cultura y poder político, pero sí puede contribuir a desactivar las condiciones que reproducen la desigualdad, dándole a todos medios para cambiar la situación en la que se encuentran.
Por eso, la idea de la educación como un sistema integral basado en la interdependencia creciente entre sus partes, de acuerdo a unos objetivos acordados por todos, deviene inevitable cuando las preguntas por la igualdad, la educación y el futuro de las naciones regresan a la conversación pública. Condorcet lo planteó en forma insuperable hace más de dos siglos:
“Demostraremos cuán favorable sería para nuestras esperanzas un sistema de educación más universal, mediante la entrega a un número mayor de personas el conocimiento elemental que podría despertar su interés en un campo particular de estudio, y mediante la provisión de condiciones favorables a su progreso dentro de él; y cómo esas esperanzas se elevarán aun más, si más personas poseyeran los medios para dedicarse a esos estudios, pues en el presente aun en los países más instruidos, escasamente una de cada cincuenta personas con talentos naturales recibe la educación necesaria para desarrollarlos; y cómo, si esto fuera realizado, habría un crecimiento en el número de hombres destinados, por sus descubrimientos, a extender las fronteras de la ciencia.”
(…) “Estas distintas causas de la igualdad no actúan en forma aislada: se unen, se combinan y se apoyan unas a otras y, por eso, sus efectos acumulativos son más fuertes, más seguros y más constantes. Con una mayor igualdad en la educación habrá mayor igualdad en la industria y por tanto en la riqueza; la igualdad en la riqueza conduce necesariamente a la igualdad en la educación: la igualdad entre las naciones y la igualdad dentro de una nación individual son mutuamente dependientes.” (Condorcet, 1955) [1].
En el sistema imaginado por Condorcet, la educación desencadena la cooperación recursiva entre un conjunto de procesos que involucran todas las actividades sociales y económicas colectivas que conforman la riqueza de las naciones.
En su diseño la igualdad en la educación no es sólo un principio filosófico, o una exigencia ética, es también un concepto económico en su sentido más audazmente cuantitativo: entre más ciudadanos educados haya, mayor el número de oportunidades, mayor la creatividad individual y colectiva, mayor el número de invenciones, mayor la riqueza, mayor la igualdad en la educación, y mayor la riqueza de las naciones [2].
¿Por qué habrían de renunciar las sociedades a la capacidad creativa de millones de jóvenes, cuando su integración — mediante un sistema de educación universal— las haría más ricas, igualitarias y productivas? La propuesta igualitaria de Condorcet está fundamentada en una idea de lo colectivo que no se agota ni en la lógica del mercado ni en la de la centralización estatal.
Una idea que ha encontrado un desarrollo notable en la propuesta contemporánea del filósofo brasilero Roberto MangabeiraUnger:
“La responsabilidad fundamental de la educación en una democracia, ya se trate de países ricos o pobres, debe ser equipar al individuo para que actúe y piense ahora, en la situación existente, brindándole al mismo tiempo los medios para superar dicha situación. Cuestionar y corregir el contexto, incluso de manera gradual y reducida, no sólo es condición para que nuestros ideales e intereses se hagan realidad más plenamente; también es una expresión indispensable de nuestra humanidad como seres cuyos poderes de experiencia e iniciativa nunca se agotan en los mundos sociales y culturales en los que nos tocó nacer. La escuela debe ser la voz del futuro. Debe rescatar al niño de su familia, su clase, su cultura y su período histórico” (Mangabeira 2010, 76) [3].
Lo anterior implica cambios significativos en los arreglos económicos y sociales correspondientes. Al rescatar a niños y jóvenes de su pasado, cultura y familia, la igualdad interroga al sistema social y económico en lo más profundo. Los niños que acceden al mundo a través de la ciencia, del arte, de las matemáticas y del lenguaje ya no pueden aceptar arreglos sociales basados en el privilegio, la herencia, la corrupción y la desigualdad.
Los que inventan y crean sus propios mundos no aceptarán mundos basados en la dominación y el dinero. La emergencia de otros arreglos sociales y económicos se hará inevitable y la compatibilidad creciente entre ellos y la igualdad educativa contribuirá a la creación de una sociedad más diversa, justa y creativa.
Integralidad
Sólo un sistema integral de educación, con objetivos unificados de calidad y pertinencia, dentro de una política estatal de largo plazo, podría iniciar el camino hacia la igualdad en la educación.
En un sistema integral cualquier estudiante, formado en cualquiera de sus instituciones — públicas o privadas — debería estar en capacidad de acceder al nivel de escolaridad máximo que considere apropiado, y nunca detener su formación educativa, más allá de su procedencia social, económica, regional o étnica. Sólo las inevitables diferencias en talento, disciplina o habilidad podrían diferenciar su desempeño, pero nunca su acceso a los niveles más altos del sistema.
La integralidad supone un sistema educativo único donde los distintos niveles de escolaridad –desde el preescolar hasta el posgraduado y continuo— son interdependientes, responden a metas globales de desarrollo, aspiran a alcanzar niveles de calidad mundial, promueven la investigación y la creatividad desde el nivel más temprano, y garantizan una educación del más alto nivel para todos los que estén dispuestos a conseguirla.
Los distintos niveles educativos dejarán de ser entes separados, unidos sólo por lazos formales, para convertirse en componentes de un sistema que busca una educación de excelencia, basada en el acceso temprano al conocimiento científico, la investigación y el pensamiento crítico, con un alcance que cubra a todos los colombianos en edad de hacerlo, y llegue a todo el territorio nacional.
La interdependencia entre las partes del sistema integral no será formal. No se trata de inventar una serie de nuevas siglas y una burocracia más grande, sino de formular las bases para una interrelación sistémica entre sus componentes.
Si la meta es alcanzar, en veinte o treinta años, una educación de alta calidad, la interdependencia supone que los profesores e investigadores del más alto nivel enseñen, por períodos, en los niveles básicos del sistema, contribuyendo a la formación en ciencia e investigación desde la edad más temprana.
Supone también un currículo más flexible, que privilegie la capacidad analítica, la curiosidad científica, la creatividad, el auto examen y el pensamiento crítico sobre los afanes memorísticos y enciclopédicos predominantes en toda la educación colombiana, incluida la superior.
La interacción entre distintos saberes y disciplinas reemplazará la educación dirigida hacia los marcos estrechos de las profesiones. En el futuro todo usuario del sistema tendrá trayectorias laborales y educativas que se moverán a través de distintos campos y disciplinas, en procesos ininterrumpidos de aprendizaje y transformación.
Las experiencias de aprendizaje basado en investigación, y coordinadas por investigadores y pedagogos del más alto nivel, deberán reproducirse a todo largo y ancho del sistema, usando tecnologías virtuales y físicas. El objetivo es que todos los estudiantes del sistema, en todos sus niveles, tengan acceso al aprendizaje por problemas, basado en la enseñanza de la ciencia, y orientado hacia la creatividad y el pensamiento crítico y autónomo.
Para garantizar la integralidad del proceso los profesores de los niveles básicos tendrán acceso a una formación continua en los niveles superiores del sistema, creando una interacción permanente entre las actividades pedagógicas y las investigativas. Y los estudiantes más talentosos y creativos avanzarán más rápido hacia los niveles apropiados a su potencialidad.
En ese contexto, todos los docentes del sistema deberán tener al menos título de maestría, y seguir planes de educación continua durante toda su vida profesional. Lo que exigirá una inversión continua de gran magnitud en formación de personal docente para todo el sistema. Un objetivo razonable sería formar, por ejemplo, unos cien mil nuevos doctores y magíster en los próximos veinte años y transformar las facultades de educación y el estatus de la docencia como profesión.