Qué hacer con la educación: algunas ideas para comenzar
Recordar algunos conceptos fundadores de la
modernidad, como la idea de educación de calidad para todos, es la propuesta
estimulante y optimista que permite contextualizar el debate: la función misma
de la educación en la sociedad, hoy enredada en una confusión nacida del propio
Estado. Los jóvenes sí saben para dónde van.
Problema
de todos
Qué hacer
con la educación en Colombia no es un problema exclusivo ni de los estudiantes
universitarios, ni de sus rectores, profesores o padres. Mucho menos de los
expertos en educación o de los políticos a quienes tocó en suerte el trámite de
un proyecto de ley en el Congreso. Tampoco es tema exclusivo de los asesores
presidenciales, de los tecnócratas de Planeación o de los ministerios de
Educación y de Hacienda. Es un problema de todos.
Este
principio fundamental es uno de los aportes del sorprendente movimiento
estudiantil que devolvió a los colombianos su olvidado ser colectivo y nos
colocó a todos, después de tantos años de soportar un monólogo altisonante y
estéril, ante la posibilidad de discutir en público, sin amenazas y sin armas,
el papel de la educación en el futuro de Colombia.
Pero el
que sea un problema de todos tiene unas consecuencias que aun no han sido
tenidas en cuenta en el debate público. Por motivos coyunturales el debate
público sobre cuál sería la mejor política educativa para Colombia llegó por la
vía de la educación superior, dejando en el aire la idea de que mejorándola encontraríamos
el camino hacia un mundo mejor. Pero no es así.
Con
cartas marcadas
De muy
poco servirán las reformas a la educación superior si toda la educación
básica no es transformada al mismo tiempo. La desigualdad nacida en el
preescolar, y consolidada en primaria y secundaria, no puede ser corregida en
la universidad.
Por el
contrario, la educación superior no hace más que confirmar y ampliar, hasta la
perversión, lo que ya estaba marcado desde la infancia más temprana: los
privilegiados serán más privilegiados y los menos favorecidos lo serán aun más.
Es un juego con cartas marcadas, que todo el mundo juega como si fuera
legítimo.
La
discusión pública ha insistido en que la educación es un derecho fundamental.
También lo establece la Constitución. Es una insistencia válida y necesaria.
Pero no es suficiente. Mientras las condiciones que harían posible ese derecho
no sean desplegadas en la discusión pública que empieza, y no se conviertan en
política de Estado, y hagan parte de un proyecto nacional de largo plazo, el
carácter de derecho fundamental de la educación terminará en letra muerta.
Igualdad
La idea
básica es crear las condiciones que garanticen la igualdad en el acceso a la
educación como un camino hacia una sociedad donde los privilegios heredados no
determinen ni las oportunidades, ni el lugar, ni las realizaciones, ni el
acceso de sus ciudadanos a una vida mejor.
La
educación no puede borrar las diferencias reales en ingresos, capital social,
acceso a la cultura y poder político, pero sí puede contribuir a desactivar
las condiciones que reproducen la desigualdad, dándole a todos medios para
cambiar la situación en la que se encuentran.
Por eso,
la idea de la educación como un sistema integral basado en la interdependencia
creciente entre sus partes, de acuerdo a unos objetivos acordados por todos,
deviene inevitable cuando las preguntas por la igualdad, la educación y el
futuro de las naciones regresan a la conversación pública. Condorcet lo planteó
en forma insuperable hace más de dos siglos:
“Demostraremos
cuán favorable sería para nuestras esperanzas un sistema de educación más
universal, mediante la entrega a un número mayor de personas el conocimiento
elemental que podría despertar su interés en un campo particular de estudio, y
mediante la provisión de condiciones favorables a su progreso dentro de él; y
cómo esas esperanzas se elevarán aun más, si más personas poseyeran los medios
para dedicarse a esos estudios, pues en el presente aun en los países más
instruidos, escasamente una de cada cincuenta personas con talentos naturales
recibe la educación necesaria para desarrollarlos; y cómo, si esto fuera
realizado, habría un crecimiento en el número de hombres destinados, por sus
descubrimientos, a extender las fronteras de la ciencia.”
(…) “Estas
distintas causas de la igualdad no actúan en forma aislada: se unen, se
combinan y se apoyan unas a otras y, por eso, sus efectos acumulativos son más
fuertes, más seguros y más constantes. Con una mayor igualdad en la educación
habrá mayor igualdad en la industria y por tanto en la riqueza; la igualdad en
la riqueza conduce necesariamente a la igualdad en la educación: la igualdad
entre las naciones y la igualdad dentro de una nación individual son mutuamente
dependientes.” (Condorcet, 1955) [1].
En el
sistema imaginado por Condorcet, la educación desencadena la cooperación
recursiva entre un conjunto de procesos que involucran todas las
actividades sociales y económicas colectivas que conforman la riqueza de las
naciones.
En su
diseño la igualdad en la educación no es sólo un principio filosófico, o una
exigencia ética, es también un concepto económico en su sentido más audazmente
cuantitativo: entre más ciudadanos educados haya, mayor el número de
oportunidades, mayor la creatividad individual y colectiva, mayor el número de
invenciones, mayor la riqueza, mayor la igualdad en la educación, y mayor la
riqueza de las naciones [2].
¿Por qué
habrían de renunciar las sociedades a la capacidad creativa de millones de
jóvenes, cuando su integración — mediante un sistema de educación universal—
las haría más ricas, igualitarias y productivas? La propuesta igualitaria de
Condorcet está fundamentada en una idea de lo colectivo que no se agota ni en
la lógica del mercado ni en la de la centralización estatal.
Una idea
que ha encontrado un desarrollo notable en la propuesta contemporánea del
filósofo brasilero Roberto MangabeiraUnger:
“La
responsabilidad fundamental de la educación en una democracia, ya se trate de
países ricos o pobres, debe ser equipar al individuo para que actúe y piense
ahora, en la situación existente, brindándole al mismo tiempo los medios para
superar dicha situación. Cuestionar y corregir el contexto, incluso de manera
gradual y reducida, no sólo es condición para que nuestros ideales e intereses
se hagan realidad más plenamente; también es una expresión indispensable de
nuestra humanidad como seres cuyos poderes de experiencia e iniciativa nunca se
agotan en los mundos sociales y culturales en los que nos tocó nacer. La
escuela debe ser la voz del futuro. Debe rescatar al niño de su familia, su
clase, su cultura y su período histórico” (Mangabeira 2010, 76) [3].
Lo
anterior implica cambios significativos en los arreglos económicos y sociales
correspondientes. Al rescatar a niños y jóvenes de su pasado, cultura y
familia, la igualdad interroga al sistema social y económico en lo más
profundo. Los niños que acceden al mundo a través de la ciencia, del arte, de
las matemáticas y del lenguaje ya no pueden aceptar arreglos sociales basados
en el privilegio, la herencia, la corrupción y la desigualdad.
Los que
inventan y crean sus propios mundos no aceptarán mundos basados en la
dominación y el dinero. La emergencia de otros arreglos sociales y económicos
se hará inevitable y la compatibilidad creciente entre ellos y la igualdad
educativa contribuirá a la creación de una sociedad más diversa, justa y
creativa.
Integralidad
Sólo un
sistema integral de educación, con objetivos unificados de calidad y
pertinencia, dentro de una política estatal de largo plazo, podría iniciar el
camino hacia la igualdad en la educación.
En un
sistema integral cualquier estudiante, formado en cualquiera de sus
instituciones — públicas o privadas — debería estar en capacidad de acceder al
nivel de escolaridad máximo que considere apropiado, y nunca detener su
formación educativa, más allá de su procedencia social, económica, regional o
étnica. Sólo las inevitables diferencias en talento, disciplina o habilidad
podrían diferenciar su desempeño, pero nunca su acceso a los niveles más altos
del sistema.
La
integralidad supone un sistema educativo único donde los distintos niveles de
escolaridad –desde el preescolar hasta el posgraduado y continuo— son
interdependientes, responden a metas globales de desarrollo, aspiran a alcanzar
niveles de calidad mundial, promueven la investigación y la creatividad desde
el nivel más temprano, y garantizan una educación del más alto nivel para todos
los que estén dispuestos a conseguirla.
Los
distintos niveles educativos dejarán de ser entes separados, unidos sólo por
lazos formales, para convertirse en componentes de un sistema que busca una
educación de excelencia, basada en el acceso temprano al conocimiento
científico, la investigación y el pensamiento crítico, con un alcance que cubra
a todos los colombianos en edad de hacerlo, y llegue a todo el territorio
nacional.
La
interdependencia entre las partes del sistema integral no será formal. No se
trata de inventar una serie de nuevas siglas y una burocracia más grande, sino
de formular las bases para una interrelación sistémica entre sus componentes.
Si la
meta es alcanzar, en veinte o treinta años, una educación de alta calidad, la
interdependencia supone que los profesores e investigadores del más alto nivel
enseñen, por períodos, en los niveles básicos del sistema, contribuyendo a la
formación en ciencia e investigación desde la edad más temprana.
Supone
también un currículo más flexible, que privilegie la capacidad analítica, la
curiosidad científica, la creatividad, el auto examen y el pensamiento crítico
sobre los afanes memorísticos y enciclopédicos predominantes en toda la
educación colombiana, incluida la superior.
La
interacción entre distintos saberes y disciplinas reemplazará la educación
dirigida hacia los marcos estrechos de las profesiones. En el futuro todo
usuario del sistema tendrá trayectorias laborales y educativas que se moverán a
través de distintos campos y disciplinas, en procesos ininterrumpidos de
aprendizaje y transformación.
Las
experiencias de aprendizaje basado en investigación, y coordinadas por
investigadores y pedagogos del más alto nivel, deberán reproducirse a todo
largo y ancho del sistema, usando tecnologías virtuales y físicas. El objetivo
es que todos los estudiantes del sistema, en todos sus niveles, tengan acceso
al aprendizaje por problemas, basado en la enseñanza de la ciencia, y
orientado hacia la creatividad y el pensamiento crítico y autónomo.
Para
garantizar la integralidad del proceso los profesores de los niveles básicos tendrán
acceso a una formación continua en los niveles superiores del sistema, creando
una interacción permanente entre las actividades pedagógicas y las
investigativas. Y los estudiantes más talentosos y creativos avanzarán más
rápido hacia los niveles apropiados a su potencialidad.
En ese
contexto, todos los docentes del sistema deberán tener al menos título
de maestría, y seguir planes de educación continua durante toda su vida
profesional. Lo que exigirá una inversión continua de gran magnitud en formación
de personal docente para todo el sistema. Un objetivo razonable sería formar,
por ejemplo, unos cien mil nuevos doctores y magíster en los próximos veinte
años y transformar las facultades de educación y el estatus de la docencia como
profesión.