¿Tipo de maestro...tipo de estudiante?
El artículo reflexiona sobre la
educación hoy, en un mundo tecnológico y computarizado: ¿Qué hacer? ¿Cómo
educar a los niños ante los avances de la tecnología?
Por: Luz Stella Uricoechea
Con el transcurrir de los años, hemos
encontrado una serie de reflexiones (y esta no es una excepción) alrededor de
la tarea del maestro, que casualmente se desligan de lo que se puede llamar
también el “qué hacer” del estudiante. Maestros y estudiantes estamos inmersos
en los cambios del mundo, acentuados los últimos años: crecimiento de la
pobreza, recrudecimiento de la violencia urbana y rural, impacto de la
modernización de las comunicaciones, predominio del mercado en la industria
cultural, con todas las implicaciones propias de la ética individual. Ante esta
avalancha de situaciones, ambos, maestros y estudiantes, debemos asumir una
postura activa, crítica y participante. La educación hoy no acepta
espectadores.
La necesidad de dominios científicos,
culturales y espirituales que permitan comprender y transformar el mundo que
vivimos extiende sus tentáculos y toca a unos y otros; sumados a la parálisis
ideológica, la crisis de la imaginación y la participación han generado un
sistema que destruye los medios propios de la creatividad, provocando una
sobredosis de información, acompañada de una ausencia del sentido de lo humano.
Por lo anterior, hablar de la
adquisición de conocimientos y de actitudes flexibles, abiertas para el “saber
hacer”, nos hace pensar que el énfasis se pone no tanto sobre los contenidos
como en el estilo y las formas del cómo se conoce. Es, de alguna manera, ver el
proceso de aprender y de enseñar con otros ojos, lo que significa replantear la
relación de las personas con la información y el conocimiento; superar viejos
modelos de formación y pedagogía limitados a disciplinas rígidas y aisladas e
inoperantes para formar sujetos capaces de vivir en una evolución constante de
su saber– hacer. Desarrollar actitudes flexibles implica desarrollar también la
capacidad de aceptar que existen otras formas de ver el mundo, de aproximarse a
la realidad para comprenderla y, por tanto, de explorar el conocimiento de
diferentes maneras y de forma permanente. Capacidad que se alcanza, en el plano
del aprendizaje y en el espacio del maestro, cuando se conocen suficientemente
los límites de las disciplinas; a su vez, la flexibilidad de las disciplinas se
alcanza cuando sus objetos de estudio se conocen y se estudian, haciendo
aproximaciones al conocimiento científico desde todos los niveles educativos
(aproximación al conocimiento por parte del maestro) y adecuando, a través de
metodologías y estrategias de aprendizaje, los caminos que llevan a ese
conocimiento (aproximación al conocimiento por parte del estudiante). La educación
hoy comprende que en el siglo XXI la híper especialización no cabe.
Por todos es bien sabido que la
sociedad contemporánea se enfrenta a una época de cambios constantes y rápidos,
producto de la revolución provocada por la “invasión de las nuevas tecnologías”;
definir esa revolución es difícil (lo decía Toffler) pues estamos viviendo
dentro de ellas. En este ámbito, como maestros ¿estamos preparados para vivir
en un contexto determinado por los multimedios, o en el mundo de la
inteligencia artificial? ¿Estamos preparando a nuestros estudiantes para ser
lectores plurales de ese mundo?
En el ambiente más cercano de las
tarjetas de crédito y débito, los videojuegos, los programas computacionales,
la robótica, entre otros, realizamos un movimiento pendular entre lo local y lo
global; a un lado tenemos el transbordador espacial y en el otro, la búsqueda
de la identidad individual. Ese movimiento de un extremo a otro se vuelve
cotidiano, de tal forma que si queremos sobrevivir en esos micro mundos debemos
enfrentarlos y comprenderlos porque dichos sistemas de computación expertos y
redes de información satelital nos enfrentan a otra forma de vida y, por tanto,
a otra forma de aprendizaje que por tradición aceptábamos o que por formación
repetíamos.
Si reconocemos que las tecnologías de
la información juegan un papel importante en el desarrollo de nuevas formas de
pensar, de aproximación y construcción del conocimiento, tendremos claro qué
tipo de educación deseamos impulsar: una que trascienda los límites de la escolaridad,
que dure toda la vida y que se centre en el desarrollo del individuo en todo su
potencial. Del aprendizaje dirigido por el maestro se pasa al aprendizaje auto
dirigido; de la transmisión al diálogo; del algoritmo de la repetición a la
heurística de la autogestión.
“La competencia con que nos
enfrentamos es tecnológica. Las invenciones de hoy son los productos del
mañana. Quien no se encuentre en el grupo de cabeza de la investigación
científica y tecnológica tendrá, a la larga, grandes dificultades para aguantar
el ritmo de la innovación” (Eglau, Lucha de gigantes). Un maestro que comprenda
los avances tecnológicos y cambie su postura frente al aporte que éstos hacen
al proceso de aprendizaje, potencia la capacidad en sus estudiantes, de ver el
mundo más allá de las relaciones estáticas y lineales de causa y efecto, para
contemplarlo como un proceso en marcha, dinámico que se auto sustenta y del que
constituimos la pieza central.
Si la labor del maestro se traduce en
entender con responsabilidad el acto de permitir ser, de permitir hacer uso de,
de permitir cultura en... Estamos frente a maestros capaces de enseñar y asumir
la posibilidad que tienen sus estudiantes de tomar conciencia de su ser y su
quehacer como seres humanos. Este maestro guarda un secreto: es consciente de
que en el espacio educativo no existen los maestros, porque se hacen discípulos
de sus estudiantes; ha ganado conciencia también del sí mismo.
En su proyecto de vida el maestro
permite que otros trasciendan, busca la filosofía de la aceptación, del
re-encuentro consigo mismo, reconoce que somos materia y cuerpo en condiciones
de ser perfectibles. Reconoce sus límites y busca el diálogo; se inclina ante
su discípulo cuando reconoce que su saber ha trascendido el propio; respeta la diferencia
y la hace en cada uno de sus estudiantes, sin agotar la identidad.
En su proyecto personal trabaja
diariamente consigo mismo; busca crecer con otros a través de la comunicación
profunda y progresiva y se abre al trabajo grupal; asume creativa, comprometida
y desapegadamente la diversidad. En ese proyecto se hace consciente de que en
cada momento, actitud que asume, hecho que concreta, está siendo un ejemplo, un
modelo de formas posibles de relación, expresión y producción para quien
observa, participa o se encuentra involucrado en su accionar, modela el
comportamiento de sus estudiantes y por tanto el suyo.
¿Dónde nace ese proyecto personal? En
su lugar de acción, en donde percibe y recibe situaciones que lo desequilibran
permitiendo la re-construcción del mundo que lo altera. Así es como aprende a
desear y en ese estado de recuperación de su sensibilidad, unida a su capacidad
de pensar, se desarrolla como ser humano.
Su proyecto de vida se inicia y está lleno de intencionalidad porque lo entiende, lo piensa y le encuentra sentido a lo que hace y ese sentido lo comparte con otros. Presupone en el futuro, se apropia del presente para descubrir sus posibilidades y las transfiere en el tiempo. Como proyecto es un encuentro constante entre la realidad (que es reinterpretada) y la imaginación (que matiza las formas de concebir el mundo); es un encuentro con lo incierto y es allí donde potencia su capacidad de conocer para disminuir la incertidumbre. El proyecto de vida del maestro adquiere sentido en la realización de sus estudiantes, en su capacidad de poder saber-hacer.
Su proyecto de vida se inicia y está lleno de intencionalidad porque lo entiende, lo piensa y le encuentra sentido a lo que hace y ese sentido lo comparte con otros. Presupone en el futuro, se apropia del presente para descubrir sus posibilidades y las transfiere en el tiempo. Como proyecto es un encuentro constante entre la realidad (que es reinterpretada) y la imaginación (que matiza las formas de concebir el mundo); es un encuentro con lo incierto y es allí donde potencia su capacidad de conocer para disminuir la incertidumbre. El proyecto de vida del maestro adquiere sentido en la realización de sus estudiantes, en su capacidad de poder saber-hacer.
A través de la palabra argumentada
del maestro se inicia el camino hacia el conocimiento, la reflexión, la
deliberación y la participación en el campo del saber del otro. El estudiante no
está frente a un maestro corriente, aquel que domina - de forma inmodesta- el
conocimiento aniquilando la visión del mundo de quien lo escucha o lee. Está
frente a un maestro que se expone al deseo de aprender de sus estudiantes, al
cuestionamiento ávido de argumentos que apacigüen ese deseo; que cede y accede
al dominio del saber que emerge por la vía de la dialéctica y de la retórica.
Esta iniciación al diálogo da lugar al conocimiento. Comprometer al otro en la
búsqueda permanente del conocimiento es responsabilidad del maestro y allí es
donde estriba el verdadero poder de su palabra.
Este maestro transformado desarrolla
y posibilita momentos de creación y de invención; ofrece caminos para que sean
recorridos utilizando la intuición; plantea retos que se convierten con el
tiempo en fuente de cuestionamientos que fertilizan el núcleo
problema-solución. Tiende a la formación de individuos capaces de conducir sus
decisiones hacia la autorrealización, sin olvidar que forman parte de una
sociedad ávida de aportes que solucionen problemas asertivamente.
La búsqueda del conocimiento constituye una herramienta multiplicadora de nuevos conocimientos permeables a la transformación, apropiados de valores y desprovistos de verdades absolutas.
La búsqueda del conocimiento constituye una herramienta multiplicadora de nuevos conocimientos permeables a la transformación, apropiados de valores y desprovistos de verdades absolutas.
* Directora Colegio Nuevo Gimnasio – Bogotá.
Mayo 15 2014
Mayo 15 2014